Félix Arranz
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A R Q U I T E C T O
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Delicias es Zaragoza. Corresponde que quienes ideamos el proyecto arquitectónico para la Estación Intermodal de Zaragoza en las Delicias expongamos ahora ciertas cuestiones que tienen que ver con el proyecto, su ejecución en obra y las perspectivas del encaje de la edificación resultante en la ciudad. Y parece oportuno porque parece cercano el día en que se iniciarán los primeros trayectos de viajeros en trenes de alta velocidad, se abrirán los tres vestíbulos: llegadas, salidas, ‘transfer’ y será operativa la estación de autobuses. Con ello empezarán a resultar comprensibles para los ciudadanos los aspectos funcionales de la nueva estación y de la urbanización paralela, aunque todavía no todos hasta su completa finalización. Quienes están alejados del ejercicio profesional de la arquitectura pueden preguntarse: ¿Cómo hace un arquitecto, un equipo de arquitectos, para pensar, responder la construcción de una enormidad como la Estación de las Delicias y además conseguir que sea, se pueda sentir, de Zaragoza?, y todavía más: ¿Cómo pueden comprobar con anterioridad suficiente, cuando todavía no se ha movido la primera excavadora, que la idea que proponen será adecuada?. Para no ser exhaustivo, comentaré únicamente tres aspectos relacionados con estas llamadas cuestiones de solvencia, dejando para otros foros más especializados tantas y tantas de las magias que han rodeado las fases del proyecto y su construcción. Tres aspectos que los que vivimos o hemos vivido en Zaragoza conocemos bien, que modulan algunas de las respuestas que ofrece este nuevo edificio y también algunas de las preguntas que en adelante la Estación formulará a la ciudad. El primer aspecto está vinculado con la forma de la ciudad en el territorio que ocupa la estación, que –recuérdese- hasta hace tres años escasos era un paisaje ignoto, abandonado a la memoria y a las traviesas de ferrocarril, que penetraba en cuña hasta la periferia misma del casco histórico, hasta las puertas (traseras, laterales?) del Palacio de la Aljafería. Se trata de un territorio de franjas escalonadas, que desciende en una prolongada pendiente desde la espalda del barrio de Delicias hasta la ribera del Ebro, hasta el meandro. Estoy de acuerdo en el desencaje actual del edificio, salta a la vista, sin embargo y como intuye Laborda, la estación, en su proyecto, asume su situación en ese sistema de fajas de ciudad, que prepara y ayuda a consolidar mediante su sección y la de los parques que se sitúan a ambos lados, renunciando con ello a falsas frontalidades, a los esquematismos de perspectiva frontal de la ciudad renacentista que no es Zaragoza –donde las mejores arquitecturas se ven siempre de lado-, y aprovechando su organización funcional para, si cabe, dar un mayor sentido a la estructura de paisajes paralelos. La consecuencia directa de esta actitud es la radical separación entre el espacio interior y el espacio exterior, la urbanización circundante, del edificio. El interior se ofrece al viajero y asume la una figuración a fecha de hoy de la ciudad. Complementariamente, el exterior prepara una ciudad inédita para quien ya está o ha decidido quedarse, con el Ebro al fondo. La cuestión es que esta situación alternativa y simultánea de interior y exterior diferenciados y atentos a condiciones incluso opuestas es, si cabe, ¡tremendamente zaragozana!. Piénsese en cualquiera de los edificios históricos representativos de la ciudad. Un segundo aspecto tiene que ver con el modo en que una arquitectura puede ser capaz de hacerse responsable de su propio tiempo y del problema ‘nuevo’ que resuelve. Es decir: ¿qué es hoy, y que será en el futuro una estación intermodal y de alta velocidad, en Zaragoza, en cuanto arquitectura?. En cuanto al hoy se ha de decir claramente: nunca Zaragoza, ni Bilbao, ni La Coruña, ni Barcelona, ni tantas ciudades españolas habían preparado las condiciones para albergar un ‘aeropuerto para trenes de vuelo rasante’ en el corazón de la ciudad. Ni había porqué hacerlo. Así no se han hecho nunca las ciudades, ni la arquitectura, que son vivas y evolucionan –mutan- a la par que se suceden nuevas necesidades sociales o tecnológicas o... De hecho la crítica –arquitectónica y de medios de transporte- habiendo valorado la altísima calidad de las arquitecturas de Santa Justa (Sevilla) y de la nueva Atocha (Madrid) había también acordado el ‘fracaso’ de la adopción de tipologías de estación del siglo XIX para un sistema de transporte nuevo: el de intermodalidad y alta velocidad ferroviaria que aunque se parece mucho a un tren de vapor es, significa, incluye, otras muchas cosas. Resultaría muy difícil poder explicitar esta cuestión sobre el ‘cómo ha de ser una estación intermodal’ si no fuese porque ya casi está construida. Y lo que comento, en su funcionalidad, no debe sumarse o restarse a la intuición, profesionalidad o experiencia de los arquitectos. No es el caso. La estación de las Delicias, en cuanto estación intermodal y de alta velocidad, es una nueva tipología generada en el laboratorio de los expertos de transporte del GIF, hecha modelo arquitectónico por primera vez en Zaragoza mediante el proyecto y su posterior construcción. La arquitectura que da forma al modelo no es, no lo necesita, una ‘metáfora’ de nada, no necesita parecer una construcción del futuro ni mucho menos del pasado, no requiere de huecas exhibiciones tecnológicas para ratificar su contemporaneidad como tampoco requiere de nostálgicas recreaciones de un pasado que sólo es pasado, es grande porque así lo precisa la dimensión longitudinal del andén y el requisito –en el fondo de seguridad- de la no existencia de pilares, estructura vertical, en su interior. El tercer, y último para esta ocasión, aspecto tiene que ver con el cielo de Zaragoza y la vieja costumbre de la ‘mirada hacia lo alto’ de los zaragozanos como origen de la singularización de un espacio, edificio, inédito en la ciudad y en la historia de las tipologías arquitectónicas y que, sin embargo y previsiblemente, en un futuro inmediato será una de las postales de la capital aragonesa. Nos podemos preguntar por la imagen de esa postal: ¿del interior?, ¿del exterior?. Es decir: ¿De qué modo la estación asume ser ‘zaragozana’? y, en consecuencia, ¿Reconocerán las gentes Zaragoza cuando vean la estación o una imagen de ella, como ahora lo hacen cuando ven una imagen de El Pilar?. Félix Arranz |